Atenta a las grietas del lenguaje (2)


      Dentro del folclore –la palabra sigue girando–, esa capacidad de hallar lo nuevo quizá sea más nítida. “Claro, ahí se me da más naturalmente porque es la música que conozco más. Yo siempre digo que la música es un juego, pero un juego responsable. Cantar No soy un extraño o La bengala perdida es todo un desafío para no caer en una imitación. Me estimula cómo entrarles para generar algo distinto”.
      Eso la lleva a otro desafío en su voz: a Tom Jobim. “Es un músico extraordinario: uno de los mejores, diría. Como el Cuchi Leguizamón”. Allí se queda ella: en Inútil paisaje, esa canción que descifraba Elis Regina elevando preguntas: “De que serve esta onda que quebra. / E o vento da tarde. / De que serve a tarde. / Inútil paisagem”. Herrero lo percibe: “La verdad, que esa pregunta, ‘¿de qué sirve la tarde?’, es extraordinaria. Además del diseño melódico y armónico que tiene la obra”. ¿Cómo decir algo nuevo sobre eso? ¿Adónde mirar? “Como tiene miles de versiones, invité al concierto a Martín Sued para que tocara el bandoneón. Es muy raro y novedoso para mí, así como en el disco fue la marimba de Mauricio Bernal, que fue un albur: no sabía qué iba a pasar y quedó muy bien. Tengo muchas ganas de experimentar con otros instrumentos, como las guitarras eléctricas de Lucio Balduini, quien estuvo en el ND/Teatro. Esos aportes me estimulan mucho”.
      Pero a la vez está lo no prefijado: “El escenario es ese momento en el que uno no piensa en nada. Ahora estoy tratando de pensar un disco nuevo, pero al mismo tiempo me propongo simplemente hacer un tema que me guste, y nada más. No sé cuál es el procedimiento correcto: si grabar un disco y tocarlo o acumular un montón de temas y después grabarlos. Siempre es un misterio lo que seguirá”.
      Algo en claro es que quisiera grabar, por ejemplo, al sanjuanino don Buenaventura Luna. “El otro día, su nieto y recopilador, Carlos Semorile, me pasó la canción La noche, que es bellísima. Todavía no le encontré el hilo conductor con lo demás: a veces lo encuentro de antemano, como me pasó con el disco Litoral, pero en otros lo hallo mientras lo voy haciendo. Tampoco quiero imponerme explicaciones. Hay escrituras que están abiertas porque sangran. Esa es una herida magnífica en la que uno puede entrar de cualquier manera. No hay una visita privilegiada”.
      Allí conecta con las heridas que también logró cerrar o dar cuerpo en Maldigo. “Por ejemplo, puedo decir por qué grabé Garzas viajeras, de Aníbal Sampayo, pero la gente tendrá su propia conexión. O por qué elegí la zamba La diablera, de Hilda Herrera: hacía mucho que quería grabarla pero no encontraba el groove que contenía, ese espesor, esa fuerza”. El procedimiento fue “no escuchar ninguna versión anterior. En 2000, cuando aún existía la Editorial Lagos, ellos me mandaron un montón de partituras, justo cuando con Juan Falú estábamos planeando el disco Leguizamón-Castilla. Entre ellas estaba La diablera”. ¿Qué ocurrió? “Estuvimos con Pedro Rossi buscando esos dos acordes iniciales. Y cuando los hallamos fue revelador”.
      Otra corporeidad aflora en la Milonga para la muerte, de Juan Falú y Hamlet Lima Quintana: “Juan vino a casa, nos la pasó, la canturreamos un poco y después la fui leyendo con el piano. Percibí que el procedimiento no debía ser abordar ciertas obras como las recordaba sino seguir la partitura, para luego poder generar mi visión sobre eso”.
      Sorpresivamente, Maldigo vendió muchísimo más que sus otros discos, según cuenta ella. Y algo más que no esperaba: está nominado a los Premios Gardel en la categoría Mejor disco de artista femenina de folclore. “Es una satisfacción saber que fue el que más vendió, más aún en este contexto en el que el disco se baja o se escucha por internet. No tengo explicaciones para eso. Sí sé que Maldigo gustó porque tuvo mucho del boca a boca y la gente también lo recomendó por las redes sociales”.
      Y vuelve al porqué de la nominación. “Si bien los Gardel son los premios de la industria, a la nominación la veo más como un reconocimiento a una vida musical. Son los premios ligados al mercado y yo misma me he mantenido al margen de ello. Espero que haya primado, además de las ventas, el valor en sí que tiene el disco”, concede. "Porque, de hecho, los premios han ignorado a personas de enorme trayectoria para la vida musical de nuestro país”. Y en eso recobra otro episodio: “A mí me dolió que, cuando en 2000 hicimos el disco Leguizamón-Castilla con Juan Falú, nos pusieran en el rubro ‘grupo folclórico’. Ahí era imposible que ganáramos. A los dos nos hizo gracia: no lo hicimos pensando en las posibles nominaciones”.
      Frente a ello, para Herrero los imperativos sonoros están en un mismo camino de tensiones culturales sin definiciones posibles. “Mi vida musical está fundada en observaciones que trascienden los géneros y las generaciones. Seguramente esta nominación sea también una legitimación para mis compañeros, mis pares, y me alegra profundamente. Hay muchos músicos que me encantan y con los que nunca toqué, como Dino Saluzzi, por ejemplo”. Y se queda pensando: “Estuve a punto de decir que él es el mejor. Es uno de ellos. Pero pensar en esos términos sería un error para mí: lo que uno hace es lo que puede sostener en el tiempo como interrogación. No sé si realmente tenga la capacidad para hablar de música mejor o peor”.
      Del otro lado del plano estético, las definiciones sí serán posibles o urgentes: “La que no es la mejor es la música más estrictamente ligada al mercado, a la especulación. Eso lo tengo bien claro: no veo que se despierten en ella algunas de esas reflexiones sobre el pasado, las tradiciones o los territorios, en las que uno se inscribe. No son frutos de un pensamiento sino de un sistema global mercantilizado”.

Patricio Féminis

Publicado el 9-8-2014.

En las imágenes, Liliana Herrero. Todas tomadas por Marcos Crappa.