No son piezas de colección. A veces por su naturaleza excesiva- mente elemental, otras por su géne- sis marketinera, buena parte de las canciones oficiales de los cam- peonatos mundiales de fútbol no superan la categoría de combinacio- nes pegadizas. Sin embargo, connotan fuertes emociones para una porción significativa de la población, aquella que gusta del fútbol. Es más: los recuerdos que tenemos de las diferentes performances argentinas en cada torneo influyen mucho en nuestra valoración de cada música. Y, desde ya, también el uso (y abuso) que haya hecho la televisión de cada una. Como sea, a la hora de ponderar la calidad artística de las canciones mundialistas, sería injusto evaluar en un pie de igualdad a las primeras con las últimas, elaboradas ya por una estructura económica poderosísima que ensambla múltiples negocios en torno al fútbol.
Lo cierto es que no siempre hubo tal canción. La primera habría sido el Rock del Mundial, registrada por el grupo chileno Los Ramblers como tema promocional del campeonato jugado en el país trasandino en 1962. La letra, por demás sencilla, oscila entre el orgullo de albergar la competencia y el aliento a la selección local. La música, que suena al rock primigenio de Elvis Presley, es un buen reflejo de época.
Ya en Inglaterra ’66, al elogio del combinado anfitrión la letra suma la figura de la mascota oficial: un leoncito llamado Willie que corre detrás de la pelota con la bandera inglesa como remera. Paradójicamente, todo se escucha en voz del escocés Lonnie Donegan (el autor de World Cup Willie) sobre un dinámico entramado instrumental que remite al jazz de Nueva Orleans.
Cuatro años más tarde, empieza a aparecer algún componente folclórico en Fútbol México ’70, canción que da la bienvenida a las selecciones de todo el mundo. Pero el color local se limita una pocas trompetas en clave mariachi; el resto suena más a jingle coral que a una creación con aspiraciones artísticas.
Un ritmo marcial irrumpe por primera vez nítido en Alemania ’74 con Fussball ist unser leben (“El fútbol es nuestra vida”, en alemán), interpretado por la Fanfarria de la Copa del Mundo y los jugadores del seleccionado teutón. Más allá de su simpleza y previsibilidad, la composición del músico alemán Werner Drexler suena más sólida que todas sus antecesoras.
El único Mundial disputado en nuestro país fue musicalizado por una una melodía que, si no cargara con el regusto amargo de la etapa que vivíamos como país, podría ser valorada como una digna creación del gran músico italiano Ennio Morricone, autor de la banda sonora de más de 500 series televisivas y películas exitosas, como Los intocables, La misión o Cinema paradiso. La marcha del Mundial 78 repite un mismo motivo con diferentes instrumentos de la Banda Sinfónica de la Ciudad de Buenos Aires y un coro que en algunos tramos va subrayándolo con un tarareo. Distinto es el caso del Himno del Mundial, acaso más recordado por aquel comienzo de “25 millones de argentinos / jugaremos el Mundial...” que deriva en una extensa letra.
Color local, una pieza de cierta elaboración y un intérprete de fama internacional confluyen por primera vez en España, donde en 1982 el campeonato del mundo tiene como música oficial un pasodoble llamado El Mundial, interpretado por Plácido Domingo.
Las imágenes mundialistas más gratas para los argentinos están asociadas a México ’86: el mundo unido por un balón, típica marcha celebratoria del evento y su supuesto espíritu de confraternidad internacional. Compuesta por el chileno radicado en México Juan Carlos Abara, es muy pegadiza y en varios pasajes incluye reminiscencias típicas de la tierra azteca.
Aun hoy, a 24 años de Italia ’90, el sintetizador y las guitarras eléctricas de Un estate italiana (en castellano "Un verano italiano") nos ponen la piel de gallina. A pesar del sabor agridulce que para los argentinos implicó el subcampeonato, hay algo especialmente emotivo en aquello de “Notti magiche / inseguendo un gol / sotto il cielo / de un' estate italiana” que cantaban Gianna Nannini y Edoardo Bennato. Tal vez porque la canción compuesta por Giorgio Moroder y Tom Whitlock logra plasmar en versos y acordes el carácter épico que pueden asumir algunos triunfos deportivos. Aquel fue, además, el primer Mundial en el que la canción vino asociada a un videoclip.
Aunque con menor impacto, el tema oficial de Estados Unidos ’94 fue una lograda producción interpretada por el cantante de soul Daryl Hall y el grupo vocal Sounds of Blackness. Hablamos de Gloryland, una pieza que tras arrancar con unos coros gospel adquiere pronto un tono majestuoso para referirse al afán de gloria de los competidores.
A partir de Francia ’98 entramos en un terreno pantanoso: el de las estrellas pop latinas cantando productos de marketing que, con tal de abarcar a más y más oyentes, omiten todo estilo musical definido y mechan versos en diferentes idiomas. Pionero y paradigma de esta tendencia fue el portorriqueño Ricky Martin con La copa de la vida, un engendro difícil de escuchar hasta el final, no sólo por lo vulgar de la música sino también por la inconsistencia de la letra.
El primer Mundial celebrado en dos países (Corea del Sur y Japón), en 2002, tuvo una música que, lejos de basarse en la rica tradición oriental, siguió el molde insípido de la industria del entretenimiento internacional. Fue gracias a la poderosa voz de la cantante estadounidense Anastacia que algo de la desabrida Boom! llegó a conmover. Curiosamente, por la difusión televisiva que tuvo, recordamos más a Alfredo Casero cantando Shimauta.
Para Alemania 2006, la maquinaria promocional de la FIFA dio a luz a For the time of our lives (Por el tiempo de nuestras vidas), una canción a medio tiempo que alude a la trascendencia de los 30 días mundialistas. Con el grandilocuente sostén de una orquesta de cuerdas, la cantante estadounidense Tony Braxton y el cuarteto vocal italiano Il Divo van hilvanando una letra en inglés que luego deviene al castellano.
El afán global asociado a figuras célebres tuvo su resultado más contundente con Waka waka, la canción oficial de Sudáfrica 2010. Algo de la identidad cultural local (al menos del continente anfitrión) volvió a emerger en la versión libre que Shakira hizo junto al grupo sudafricano Freshlyground de Zangalewa, una canción tradicional camerunesa de amplia difusión por buena parte de África. En el atractivo videoclip, la cantante colombiana hace valer sus dotes de bailarina para liderar una multitudinaria coreografía que transmite una alegría ausente en las demás canciones.
Por último, el Mundial en ciernes trae una canción oficial que consolida lo peor del modelo internacionalista pop edulcorado. En We are the one (olé olá) los lugares comunes se agolpan sobre una melodía tan pobre como previsible creada por sus propios intérpretes: el rapero cubano-estadounidense Pitbull, la cantante portorriqueña Jennifer López y su colega brasileña Claudia Leitte, quien junto al mix percusivo del grupo bahiano Olodum constituyen lo más rescatable del pastiche. La rica tradición musical brasileña aparece demasiado diluida, en tanto la identidad nacional no corre mejor suerte en el videoclip, plagado de estereotipos.
Ante el oído de la FIFA para la mayoría de las canciones mundialistas, sólo queda desear que los jugadores logren construir esas armonías visuales que pueden llegar a deleitarnos como la más maravillosa música.
Carlos Bevilacqua
Nota: clickeando los nombres de las canciones, se puede escucharlas.
Publicado el 7-6-2014.