Bello testimonio del valioso trabajo que desarrolla, el tercer disco de la Orquesta Escuela condensa buena parte de los saberes acumulados durante la época dorada del tango en manos de intérpretes que tienen casi toda su vida profesional por delante.
Desde el año 2000, la Orquesta Escuela de Tango viene cumpliendo una tarea pedagógica esencial para la perduración del género típico porteño. Durante dos años, músicos jóvenes dedicados al bandoneón, el violín, la viola, el chelo, el piano y el contrabajo aprenden a interpretar los estilos orquestales históricos con los músicos más experimentados como docentes. Una realidad concreta, orgánica, que revirtió el corte en la transmisión generacional espontánea que normalmente se da en la música. Es que ante la caída de popularidad del tango, a partir de los años’ 50, los nuevos intérpretes empezaron a ser cada vez menos, dejando a los músicos que venían tocándolo sin una cantidad significativa de herederos.
Con el renovado interés que el tango produjo a fines del siglo XX, los músicos veteranos pasaron a ser objetos de devoción. Pero el tiempo perdido era mucho y, por la avanzada edad de los referentes más venerables, era urgente unir los cabos. La iniciativa del contrabajista y productor musical Ignacio Varchausky de crear la Orquesta Escuela le dio un marco formal y metódico a la transmisión inter-generacional, habilitando el acceso a nociones que no figuran en las partituras. En 14 años la agrupación dependiente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires formó a más de 300 músicos, recuperó miles de arreglos originales, dio decenas de conciertos en todo el mundo y hasta fue objeto de una película documental (Si sos brujo, de Caroline Neal, 2005).
Eso no fue todo: en el camino la Orquesta Escuela (hoy llamada Emilio Balcarce en honor a su primer director) también grabó algunos de los mejores discos de tango de los últimos años. Tal es el caso de Mistonguero, el tercero de la formación dirigida ahora por Víctor Lavallén. Allí, el director, arreglador y otrora bandoneonista de Osvaldo Pugliese lleva una criteriosa batuta para administrar los sonidos de 21 intérpretes, contándolo a él mismo, que se luce como solista en tres temas. Excepto por él, Ramiro Boero (bandoneón solista en la mayoría de las pistas) y por Guillermo Rubino (violín solista del disco), todos son jóvenes promesas que no tienen renombre. Por ahora, claro. Porque el resultado de las grabaciones es por demás auspicioso.
Además de reunir una variedad inusual de estilos para un solo disco, Mistonguero tiene una fuerza expresiva arrolladora, rica en matices, contrastes y sentido estético. Las capas de los diferentes timbres se van turnando en hermosos contrapuntos para dar cuenta de las más exquisitas formas que pueden asumir los estilos de Troilo, Pugliese, Di Sarli, D’Arienzo y Piazzolla, entre otros.
Es probable que esa sensación de clasicismo refinado tenga mucho que ver con el repertorio, para nada obvio. Las doce pistas mechan temas paradigmáticos con otros menos conocidos. Entre los primeros, la milonga La Puñalada según la nerviosa versión de Juan D’Arienzo; Bandoneón arrabalero, el nostálgico tango de Pascual Contursi en lírico arreglo de Lavallén para la Orquesta de Pugliese; Chiqué, el elegido por tantos bailarines para sus exhibiciones, esta vez según el lápiz de Ástor Piazzolla para la orquesta de Troilo; y A la gran muñeca, como manda el manual disarliano, con los violines al frente para llenar el aire de romanticismo. Entre los segundos, asoman varias curiosidades: el vigoroso tango de Víctor Lavallén que da nombre al disco; una bellísima pieza de Julio De Caro (Tierra querida) arreglada por Raúl Kaplún; A la Orquesta Escuela, tema homenaje escrito y arreglado por Emilio Balcarce; Camandulaje, de Alfredo Gobbi arreglado por él mismo; Villeguita, otro homenaje pletórico de contrapuntos pero esta vez de Piazzolla al pianista de jazz Enrique “Mono” Villegas; Meridional, pieza emblema de Lavallén, arreglada por él mismo; y La llamo silbando, lúdica ocurrencia de Horacio Salgán según el arreglo que él mismo diseñara para su orquesta.
Co-producido entre el sello Los Años Luz y la asociación civil TangoVía, Mistonguero inaugura una colección dirigida por Varchausky que propone “disfrutar, descubrir y resdescubrir el tango en la voz de artistas de nuestro tiempo”, según se anuncia en el texto promocional. Allí, el emprendimiento se autodefine como “una colección que celebra la escena actual del género a través de una mirada cuidada y cariñosa. Cada disco persigue una pequeña verdad, un detalle: un gesto poético que nos conmueva”. Con ese mismo espíritu sintoniza el arte de tapa. Un colorido diseño de ZkySky se vale de dos sugerentes fotos de Julieta Ulanovsky e incluye un tríptico sobrio pero con toda la información necesaria sobre la grabación.
Poco antes de la presentación de este CD, la Orquesta Escuela atravesó una situación crítica que amenazó su continuidad. Si bien desde su creación fue financiada principalmente por el Gobierno de la Ciudad, la agrupación no estaba formalmente contemplada en el organigrama oficial y el escaso presupuesto asignado a veces se atrasaba por meses. Para peor, los reclamos a la Dirección de Promoción Cultural del gobierno porteño (de la que dependía) eran desoídos. A mediados de 2013 esa precariedad se tornó insostenible, según denunció el propio Varchausky. Una masiva presión del ambiente tanguero, a través de un petitorio que se viralizó por las redes sociales, logró que el ministro de Cultura de la Ciudad, Hernán Lombardi, se comprometiera a garantizar el presupuesto necesario para el funcionamiento de la orquesta, así como su institucionalización dentro de la Subsecretaría de Patrimonio Cultural. Fue un gran logro, pero también una moraleja sobre la necesidad de estar atentos y unidos para defender lo conquistado.
Carlos Bevilacqua
En la imagen, portada del CD.
Publicado el 17-5-2014.